Uno se cae de bruces.

Y a veces tarda en ponerse en pie.

Porque está cansado de levantarse.

Porque no tiene fuerzas para hacerlo.

O porque quizás no sabe ni que en algún momento se ha caído.

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Dentro del vademécum de las causas, hay una guía que negocia con las emociones. Nos empeñamos en que el corazón compita con la cabeza y ahí es donde van creciendo las piedras: las de nuestro camino y las del camino de otros. Las de nuestros muros y con las que cementamos a los demás. Paredes que no definen nada bueno. Que ni se rinden ni se hunden. Es como un seguro de vida… que nos va quitando el aire. Pero mientras haya aire, hay pulmones que lo consumen. Y así dejamos que por alguna razón imposible las cosas vayan saliendo bien.

Y no salen.

Lo de que “cuanto más trabajas, más tienes” es mentira. O no es del todo verdad. Muchos de nosotros hemos trabajado mucho, pero olvidando palabras mágicas que nos hubieran abierto puertas, balcones y ventanas. Palabras que no usamos porque la gente se burla de quien sueña despierto lo que materializa dormido... Y así es como se pierden sonrisas, besos, proyectos y escapadas.

Durante tiempo (mucho), podamos las flores de nuestras membranas para ponerles cimientos que se supone que nos harán más falta. Quizás no ahora, quizás en un futuro, mañana. Por el qué dirán. Porque tienes que ser fuerte.  Porque Zutanito lo hace. Porque ya me darás las gracias. Pero pasa el tiempo y no las damos. No damos las gracias. El momento no llega porque la muerte te sacude en cada paso viviente que das. Vamos describiendo nuestra existencia con balas perdidas. Sin brújula. Sin estrella del Norte. Sin las mejores vistas del lago. Sin la autocaravana ni el maridito que la acompaña. Sin aspirar a algo más elevado como ser feliz. Por ejemplo. Que como ejemplo, me parece lo más.

La verdadera lucha nace porque no estamos en paz con nosotros mismos y vomitamos las causas en los demás. Podemos estar así años, lustros, vidas… si es que te reencarnas. Pero a lo único que castigas es lo que viene y va contigo aunque a ti no te dé la gana: tu conciencia. Esa que no quiere que toques el suelo; la que se empeña en ponerte de nuevo en marcha cuando, qué curioso, estás de bruces y… caes. La ley del embudo no es ninguna ley sagrada. Es una excusa. Barata. Sucia. Huele a antro y migraña. Y te hace la vida más complicada.

La sabiduría es una ley más blanca. Y se puede derramar el mismo día en que lo van haciendo tus lágrimas. El día en que no puedes más. Cuando todo te supera. Te sobra. Ése en el que sientes que el engranaje no funciona… y observas en el pecho la aguja que te sobrecarga el corazón. La que pincha en hueso: en esternón. Desde hace mucho. Sin miramientos. El día que te estrellas con la realidad de cartón piedra que te habías creado y admites que no tiene sentido para nada. Nada. La nada que te encuentra sin que te hubieras parado a esperarla.

Cambias de trayectoria. Pero todo te conduce de regreso al mismo lugar. Hay personas que con doce años se las lleva en volandas una enfermedad. Esa muerte sí está justificada. Pero la tuya, no. 

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Madurar y ponerte al mando implica sacar mucha bilis. No fiarte de tu palabra antigua. Vivir desde un lugar que no es comparable a lo que has conocido. Que un instante se haga eterno y que las “neuras” pasen a otro lugar. Que mudes de piel. El pellejo. La dermis. Tu ADN. Que te quedes en tu mínima expresión. Unicelular… y desde ahí, crezcas. Con otro yo más guapo, más puro, más líder… por dentro.

Pero nos caemos de bruces. Nos rompemos la nariz y las corneas. Las caderas. Las rodillas y hasta el corazón, sin ver aún muy claro por qué vale la pena morir.

No te limites a seguir una corriente que electrocuta. Prepara la maleta y cuestiónate qué estás haciendo por el mundo… también por el tuyo. Llega al dolor más fuerte que  explica tu debilidad más frágil y hazte añicos. Jódete vivo. Provoca esa crisis de ansiedad, de fe, de existencia… Déjate tirado en la cuneta y observa cómo sería todo sin nada. En cero. En reset. En coma. En Babia.

Y cuando la pérdida no tenga más que quitarte, viaja al lugar que siempre has soñado. El que te pertenece por anclaje. Explícate por qué tu mundo funciona como funciona y desarrolla tu propia cultura.

Consigue lo que quieres.

Ama lo que tienes.

Y si ni con eso te basta, busca algo más. 

Tienes un extra de riqueza.

Sólo que a día de hoy quizás aún no lo sabes.

[Imágenes vía Tumblr]