Qué poco precavidos somos con la vida
Qué poco nos encantamos con ella. Qué poco nos hace falta para buscarle el «pero» que nos da la licencia para ir de víctimas ejemplares. Qué poco nos cuesta hacer añicos nuestra sabiduría y la de los demás…
Porque nos gusta creernos dioses, pero mirando un palmo por encima de los demás. Y tod@s, en algún momento, hemos caído en esa tentación. Que no es divina, pero sí humana. Porque nos ayuda a legitimar nuestros insultos al mundo… o nuestras críticas que, curiosamente, pocas veces dirigimos hacia dentro. Cuando estamos ahí, somos como ombligos llenos de pelusas que no se miran lo suficiente como para hacer limpieza.
Hay demasiadxs creyéndose con el derecho de colgarte frases que tienen de todo menos constructivo. Muchxs que aún nos dicen qué tenemos que hacer, dónde, cómo y con quién. Que no nos ofrecen el derecho a equivocarnos… ¡Ni tan siquiera a soñar! Son aquellxs que en cada viaje a la vida de los demás se colocan las etiquetas de humilde, bueno, sencillo y autosuficiente. Y que viajan a esas vidas sin permiso, saltándose las aduanas y los aranceles éticos del resto.
Pero tú eres más sabi@ que todo eso.
Por lo que no te dejes vencer por todo lo que salga de su boca, sus manos o sus pensamientos. La envidia, la vanidad y los falsos duendes que te quieren solucionar la vida están empapados de miedos en forma de estos vicios.
Tú, que eres más generos@, déjales hacer. Pero no dejes que te hagan. Que te quiebren. Que te amolden. No dejes que te cieguen. Que te duelan. Que te maten.
Tú, que eres más compasiv@, déjalo correr. Perdona. Dales las gracias por estar contigo aquí, aprendiendo de un modo distinto al tuyo.
Y así, ve escalando un peldaño tras otro. Sin rencor. Sin el peso de una venganza en platos fríos. Escala, sube y elévate hasta que sientas que los pies, que ya no tocan suelo, se sienten cómodos ahí arriba…
Ven. Siente. Deja la marea a un lado…
Y déjate llevar de nuevo por algún tipo de estrella polar propia.